Lunes 19 de julio de 2010
Xavier Aparici Gisbert / Opinión
La actual crisis política y financiera global no es uno de los más graves problemas que aquejan a la humanidad. Ciertamente, las enormes distorsiones mercantiles que provoca su persistencia y los insolidarios procedimientos que se imponen para su remedio empeoran, en mucho, las problemáticas humanitarias mayores; pero el derrumbe del sector financiero mundial y las recesiones económicas que le han sucedido, no son de una magnitud equiparable a los retos contemporáneos , positivamente globales. Estos macro peligros de amplitud planetaria que en la actualidad comprometen el futuro humano son la hecatombe atómica, el colapso biosférico y la barbarie globalizada. Siendo amenazas de calado general, la neutralización de sus riesgos requiere promover acciones sociológicas y económicas inéditas en la historia en una humanidad que deviene mundializada. Por lo tanto, nos movemos por ámbitos desconocidos.
Hasta hoy, la escalada armamentística es una práctica común de amedrentamiento entre países con relaciones hostiles. Sin embargo, en el siglo XX, tras el fin de la segunda guerra mundial, durante el enfrentamiento que surgió entre las nuevas superpotencias antagónicas, se llegó a un punto de no retorno. Debido a que los EEUU y la URRS coincidieron en tener una capacidad de producción y de desarrollo similares en torno a la nueva y poderosísima tecnología armamentística atómica, la proliferación de armas de estas características devino en el más contundente e inesperado modo de poner en evidencia la inviabilidad de la lógica del enfrentamiento beligerante: los dos bloques en pugna -formados por cada una de estas supernaciones y sus aliados respectivos- llegaron a tener almacenado en sus arsenales, presto a ser utilizado, armamento con capacidad efectiva y sobrada para destruir al conjunto de la humanidad y a gran parte del resto de la vida del planeta. Esta dantesca constatación despojaba ya de todo sentido al orden guerrero, el medio más expeditivo de dominio, y lo evidenciaba periclitado, concitando un clamor universal por el fin del militarismo y por la generalización de la concordia como nuevo sino entre los pueblos y personas.
No obstante, el Club Nuclear, lejos de haber desaparecido, sigue aumentando hasta hoy en día. Y por ello, la extinción por causa bélica de nuestra especie y de nuestro mundo continua siendo una terrorífica probabilidad omnipresente y muy lejos de haberse neutralizado. Aún así, las élites de poder en casi todos los estados del mundo persisten en hacer de la tecnología para la muerte un negocio principal -con Estados Unidos y Rusia como principales exportadores- que mueve en torno a 60.000 millones de dólares al año y que en el período 2005-2009 tuvo un crecimiento del 22 % (Informe del Instituto Internacional de Estudios para la Paz de Estocolmo). También continúan promoviendo las masacres militarizadas como la “solución”, por otros medios, de los conflictos diplomáticos. El reguero de muertes que han ocasionado estas prácticas hasta la fecha, hace tiempo que superó el número total de seres humanos que perecieron en la última guerra mundial. Eso sí, limitadas a “pequeñas guerras”, llevadas a cabo con armamento convencional, para no destruirlo todo y para siempre… De momento.
En el momento presente, el colapso biosférico por acción humana -la desestructuración ecológica masiva- es la segunda gran amenaza planetaria que, junto al riesgo de extinción bélica nuclear, compromete severamente las posibilidades de nuestra pervivencia. Otra característica común a estos peligros mayores para la humanidad es la de que ambas son el ulterior resultado de añejas directrices que vienen siendo impuestas a las sociedades humanas por sus clases hegemónicas, al menos desde el surgimiento de los primeros imperios: en las constantes pugnas por la prevalencia jerárquica y material, tanto el someter a hostigamiento y dominio a los que en naturaleza son semejantes, como el acaparamiento y el expolio continuados de los bienes de la naturaleza, son formas necesarias al sostenimiento de un modo de civilización autoritario y voraz.
El modelo económico vigente, ambientalmente, se define por su obstinada depredación de la naturaleza. Esta impronta cultural provoca múltiples desequilibrios y riesgos. Pero desde que el surgimiento de la Ecología -síntesis rigurosa y dinámica de distintas ciencias naturales y sociales- nos ha permitido saber que mantenerse en esas pretensiones es muy ineficiente e insostenible, no quedan escusas para no subsumir lo económico en lo ecológico, para no priorizar el conservacionismo de los ecosistemas o para no minimizar el impacto de residuos y contaminaciones. El cambio climático, sobradamente contrastado, tiene una progresión de tal gravedad que, aún no agotando todas las dimensiones de la amenaza ecológica a que nos vemos avocados, no podemos permitirnos más objeciones y demoras. El inminente estallido de lo que Lester Brown llama la burbuja alimentaria -que terminará desestructurando gravemente los menguantes suelos fértiles y malversando o agotando los acuíferos en todo el planeta- también insta a realizar intervenciones decisivas y reparadoras, sin dilación.
El corolario de persistir en este extremado estado de cosas es la extensión de la barbarie por el mundo. Mantener la fractura social, económica y legal entre las sociedades y las naciones. Considerar la represión violenta y armada como un modo apropiado de establecer y sostener los órdenes sociales internos e internacionales. Insistir en el culto a la guerra y a la muerte como últimas verdades de la condición humana, reproduce las percepciones agónicas y competitivas intraespecie y canaliza pulsiones de desafección hacia los aspectos más horripilantes de nuestro contradictorio modo de ser. En un momento histórico de grandes avances tecnológicos y fabriles, de enormes desencuentros políticos y de conflictos de intereses y de crecimiento demográfico exponencial, la deriva militarista, solo puede servir para desquebrajar la cohesión intra grupos e inter sociedades. Estar deteriorando sin mesura nuestro capital natural, desposeer a los más para que los menos puedan elegir sin tino y consumir sin freno, también pone en marcha numerosas líneas de fractura en la legitimidad de las instituciones existentes, teóricamente fundadas en el interés general y la justicia. El aumento generalizado del maltrato y la exclusión de los muchos, junto a la pérdida acelerada de recursos, nos acerca al abismo civilizatorio velozmente.
La humanidad actual se halla en un amenazante momento histórico, cercada por graves riesgos por causa militar, ecológica y económica. La escasa atención y medios que las élites de poder le dedican a su reconocimiento, diagnóstico y solución ponen en evidencia su responsabilidad principal en estas peligrosas dinámicas. Las clases dominantes en aras a asegurar sus intereses en esta situación y el mantenimiento de sus caducos privilegios, utilizan -entre otros- su omnímodo poder de control sobre los medios informativos públicos y privados, para evitar que la sociedad en general tome conciencia de la insostenible situación y se ponga a resolverla.
Ese culposo disimulo institucional y mediático de estas amenazas globales -que muy a menudo llega hasta el completo ocultamiento de los hechos- se extiende también al reconocimiento y la publicitación de las vías más adecuadas para su análisis y solución. Así, al igual que nos engañan sobre nuestros auténticos problemas, nos esconden las mejores herramientas a nuestro alcance para darles remedio. Porque, al igual que la raíz del crecimiento desquiciado de polvorín armamentístico mundial es política; que en el agravamiento de la crisis ecológica planetaria hay causas políticas; que en la dinámica de exclusión generalizada y creciente de amplias capas de la población mundial, está la política; la manera coherente de poner coto a las derivas nihilistas y suicidas, la mejor manera de, con toda eficacia y celeridad, crear alternativas viables, también se encuentran en el poder político, el único ámbito legítimo de gobierno social.
A diferencia del resto del subyugado y empobrecido mundo, en los países del “primer mundo” existen Estados Sociales de Derecho, Constituciones garantistas y Democracias plurales. Frente a la disyuntiva de la sumisión a los poderes tiránicos o la rebelión a costa de “sangre, sudor y lágrimas” de los de siempre, en las naciones “desarrolladas” las ciudadanías tenemos garantizadas la vida privada y la participación pública por ley y por tradición. Por supuesto que las instituciones públicas también están copadas por los delegados de los poderes fácticos como en el resto del mundo, pero, en nuestro ámbito sociopolítico, permanecen en ellas sólo porque resultan votados mayoritariamente por el pueblo soberano. Sin tener que poner la sangre en el camino, sin verter lágrimas por oponerse, lo que no podremos ahorrar en este formidable reto, es un notable esfuerzo para, a despecho de poderosas artimañas y múltiples medios de oposición, desalojar -legítima y limpiamente- a quienes son parte del problema y no de la solución. Pues precisamos de una regeneración completa de nuestras instituciones de gobierno públicas: la omnipresente corrupción, la burocratización de las administraciones, la vulneración y el abandono continuados de las Cartas Magnas, la dejación de responsabilidades y asistencias sociales, no pueden continuar socavando el interés general y los valores plenamente democráticos. A la ciudadanía occidental nos toca ser, en tiempo presente, la vanguardia de una movilización civil e institucional general, alternativa y global para concienciar al conjunto social, debatir rigurosa y públicamente las prácticas indeseables y sus soluciones y, por fin, llevar a cabo y a tiempo la emergencia de la democracia ecológica mundial. Ni más, ni menos.
Xavier Aparici Gisbert, es Filósofo y Secretario de la asociación Redes Ciudadanas de Solidaridad.
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